Inmaculada del Escorial B.E. Murillo |
Pero esa
devoción infantil maduró en el intelecto del estudioso hasta el punto de
alcanzar las más altas manifestaciones de la teología hispana, poniendo las
armas de su ciencia y maestría como profesor y teólogo al servicio del favor
real y de su especial interés en que fuese formulada dogmáticamente la
Inmaculada Concepción de Nuestra Señora. Ese fue el mejor regalo que el Maestro
Fray Diego Morcillo tributó a su Virgen de la Caridad.
Durante toda la Edad Media los teólogos
habían venido manteniendo controversias y disputas sobre la concepción
inmaculada de María, cuestión que suscitaba enorme interés y celo, pues se
trataba en definitiva de defender el honor de nuestra Madre y el sentido de la
revelación divina. El mundo teológico se había dividido en dos bandos. En uno
militaban los defensores de la Inmaculada y en otro sus opositores, si bien
todos defendían una santificación especial de la Madre de Dios antes de su nacimiento;
destacando en uno u otro bando eminentes santos y teólogos de enorme prestigio
y devoción mariana.
Las
controversias inmaculistas se radicalizaron a partir del siglo XVI sobre todo
en España, donde lo más granado de la teología hizo causa común en la defensa
de este privilegio: los Reyes, los obispos y los teólogos de las diversas
órdenes regulares, las Universidades, los Ayuntamientos y los Cabildos de las
catedrales, los superiores religiosos, la nobleza y otros estamentos civiles y
eclesiásticos trabajaron con celo y fervor por el triunfo de la sentencia
piadosa, favorable a la Inmaculada Concepción. En este bando militó el Maestro
Fray Diego Morcillo.
En los
primeros lustros del siglo XVII se creó en España la Real Junta de Teólogos de
la Inmaculada Concepción, por iniciativa y patrocinio de los Reyes para
trabajar ante el Papa y la Sede Apostólica a favor de una definición dogmática
de esta verdad. Las permanentes e infatigables delegaciones hispanas enviadas
por Felipe III y Felipe IV a la corte pontificia de Roma transformaron la
devoción inmaculista en el símbolo máximo de la fe triunfante en la España de los Austrias.
Como
reconocido y eminente teólogo, el
Maestro Padre Morcillo gozó del favor real de ser designado miembro de esta
eminente Junta de Teólogos, en cuyo nombre se enviaban frecuentes legaciones a
Roma, remitiendo a la Santa Sede
profundos y densos memoriales instruidos por obispos y teólogos,
exponiendo las razones y los argumentos que favorecían y justificaban una
definición solemne. Los memoriales iban refrendados por el deseo y la autoridad
de los Reyes de España, que realizaron una labor excepcional en esta causa.
La
definición dogmática no se produjo hasta 1.854, pero a España y a su Monarquía
le caben la gloria de haber trabajado más que nadie por este nobilísimo afán,
que fue durante tres siglos de toda la hispanidad, y al Maestro Padre Morcillo le
cupo el honor de abogar por tan alta causa como miembro de la Real Junta de
Teólogos de la Inmaculada Concepción, y
como Teólogo Consultor del Nuncio de Su Santidad.
Para
cuando se produjo dicha formulación dogmática, nuestros mejores pintores ya la
habían inmortalizado con sus pinceles en los retratos de la Inmaculada
caracterizándola como la Mujer del Génesis y del Apocalipsis, representando así
una singularidad que honra a la pintura española en el concierto de la pintura
mundial. Así como nuestros poetas habían cantado las excelencias de la
Inmaculada en las más bellas estrofas y con los más sonoros versos.
No en vano, al fallecimiento de fray Diego Morcillo, sus
restos mortales reposaron finalmente en un pequeño retablo, del mejor estilo
barroco limeño de la época, construido a manera de túmulo funerario por el
maestro Felipe Santiago Palomino en el muro lateral izquierdo de la Capilla de
la Concepción de la Catedral de Lima. En dicho retablo-sepulcro se encuentra representada, junto a las cuatro mitras episcopales del Virrey Arzobispo, la
imagen de la Inmaculada.
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