viernes, 17 de mayo de 2013

Vida en la Corte: el convento de la Trinidad.



Frontis de la Capilla del Ave María: Cruz de la  Trinidad Calzada
      El Maestro Fray Diego Morcillo pasó a residir en la Corte desde que finalizó su etapa como estudiante y docente en la Universidad de Alcalá. Y en el convento de la Santísima Trinidad de la calle Atocha de Madrid permaneció hasta que partió con destino a Indias.



          Este convento de Madrid fue fundado en 1.562 por el Rey Felipe II, quien, según las crónicas,  eligió el sitio y diseñó sus trazas. Los religiosos tomaron posesión del convento el día de la Visitación de Nuestra Señora de 1592, siendo su primer prior Fray Diego de Medina. En cuanto a su arquitectura  fue uno de los conventos mejor edificados de Madrid. La iglesia se empezó a construir en 1590 bajo la dirección del Maestro Gaspar Ordóñez sobre una planta de cruz latina, con crucero, cúpula sobre pechinas, y pilastras
Convento de la Trinidad Calzada en el Plano de Teixeira 1.656
de orden corintio. En 
la fachada principal, que daba a la calle Atocha, destacaba su portada, flanqueada por dos columnas y coronada por un bajorrelieve que representaba a la Santísima Trinidad.  También merecía destacarse el claustro del convento, compuesto por dos cuerpos de arquerías de veintiocho arcos cada uno, y con pilastras llanas de orden dórico. La escalera, que seguía el modelo de la del Monasterio del Escorial, era de muy buenas proporciones, siendo construida por el arquitecto Alonso Marcos.

    
      De este convento salían los frailes que iban a Argel para la redención de cautivos, y de él partieron en 1580 Fray Juan Gil y Fray Antonio de la Bella, quienes redimieron al insigne escritor Miguel de Cervantes. También este fue el convento de San Simón de Rojas, fundador de la Hermandad del Ave María, durante su permanencia en la Corte de Felipe III como confesor de la reina Isabel de Borbón.

               Según nos refiere el padre Cavallería, a pesar de los múltiples honores e importantes dignidades que,  tanto por designación eclesiástica como real, llegó a desempeñar Fray Diego Morcillo durante su permanencia en la Corte, en su calidad de teólogo y canonista ello nunca le apartó del riguroso ejercicio de su vida conventual dedicada a la práctica religiosa y a la oración, según su regla trinitaria…

            …  No envanecieron tantos honores el religioso corazón del Padre Maestro Morcillo, antes bien le sirvieron de lo que sirve la fría intemperie del erizado diciembre, que es de reconcentrar en el cuerpo todo el ardor. Bien lo demuestra la sabida práctica de su vida, bien notoria por celebrada con venerable aplauso de los sabios hijos de Religión tan Ilustre. Su celda era su cielo, y el coro toda su gloria. En uno de estos dos sitios le encontraba, sin falta alguna,  por la tarde,  quien le quería hablar, porque ambos eran igualmente su habitación. Para tales visitas salía de su celda, y rara vez a la Corte, y a diligencia muy precisa; y así, como su trato frecuente era con Dios, siempre volvía más hombre. Por las mañanas gastaba gran parte en el confesionario, porque habían fiado muchas almas su conciencia a su sabia, discreta y santa dirección, y sólo para redimirlas de alguna grave aflicción, o para ministerio propio y preciso de su estado, se le veía dejar su retiro.

               Su oración, que debe ser el pasto de un alma religiosa, se conocía era muy frecuente, como lo manifestaba todo el contexto de sus acciones. No puede ocultarse el fuego material, pero tampoco el Sagrado del Amor Divino en el corazón humano. Presto le manifestarán sus llamaradas en las fervorosas operaciones, por más que pretenda ocultarlas el disimulo. La oración, que se tenía establecida por las mañanas, era la de una hora antes del Augusto Sacrificio de la Misa y otra después, para dar gracias a su Divino Huésped. Efecto de estas anticipadas vigilias era la continua presencia de Dios, a quien tenía siempre levantada su alma, ofreciéndole afectuosos sacrificios y pidiéndole mercedes. Daba al entendimiento las horas precisas para la resolución y despacho de las frecuentes consultas que le hacían, y dejaba a la voluntad las demás.

          Tenía, como Lector Jubilado, y Maestro de los de Número, varios Privilegios y Exenciones, para que estimule este esperado honor y futura conveniencia al afán de las tareas escolásticas, a los que no mueve el de la Religión, y crédito de su hábito, pero no quiso usar de estas gracias. Con la mucha, que Dios le comunicó, y tuvo siempre derramada en sus labios, solía decir, que sólo tenía de bueno la jubilación el dejar más libres las acciones, y el dejar de ser predeterminación la campana, pero como concurría con la ley, que exceptúa de la carga la de dar ejemplo a los inferiores, quitaba ésta toda la fuerza a la primera: porque la una es permisión y la otra imperio. Hace muy suave la carga el ejemplo de los Mayores, que no tienen obligación de llevarla, porque éstos son viva voz a la tibieza, y mandando la  caridad bien ordenada el ayudar a otros a llevar su peso, decía no permitirle su genio compasivo el no socorrer a sus Hermanos menores con su ejemplo, para hacerles más llevadera la cruz. Asía quería deslumbrar su religiosa discreción a los que le notaban ser el primero para entrar en el coro, y el último para salir.

          Efecto también de su oración, abstracción y recogimiento, fue su mortificación continua. Como era de tan sobresaliente capacidad, viveza y penetración, pudo con arte encubrir los modos con que maceraba su carne, y los instrumentos de cilicios y disciplinas con que la afligía, pero quien no puede ocultar el humo no es fácil pueda persuadir no haber fuego. De lo que se ve se infiere lo que no se puede averiguar, porque ni el árbol malo da buen fruto, ni una continua mortificación puede ser efecto de otro corazón que del que está desnudo de amor propio, declarado enemigo de las pasiones, y sin apego a las conveniencias con que brinda blandamente su desorden. Dejó el uso del chocolate y del tabaco por mortificar su apetito. Dícese esto en pocas palabras, pero el que está habituado a uno y otro auxilio de la naturaleza para despejar la cabeza en el estudio, podrá conocer lo heroico de esta mortificación continua. De ésta fue efecto su castidad angélica, su extremada pobreza, y su obediencia ciega.

          De este Convento de la Santísima Trinidad, que fue 
desamortizado en 1.836, sólo queda en la actualidad la Capilla del Ave María, tras la demolición del conjunto en 1.897 que dio lugar a la apertura de la actual calle Doctor Cortezo. En dicha capilla estuvieron las reliquias de San Simón de Rojas hasta 1.936 en que fue profanada.

Capilla del Ave María en calle Doctor Cortezo de Madrid

           Aún en la actualidad cada día, al alba, se congrega una interminable fila de personas a las puertas de esta pequeña capilla para desayunar caliente en el Comedor del Ave María, gestionado por la Familia Trinitaria y perteneciente a la Real Congregación de Esclavos del Dulce Nombre de María fundada por San Simón de Rojas en 1.611 en el convento de la Santísima Trinidad de Madrid, para hacer vida el encuentro con Dios y María sirviendo, ayudando y amando a los más necesitados.   

San Simón de Rojas

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